A veces por economía de palabras y para servir a los propósitos del título es necesario utilizar expresiones en otros idiomas. Bien podría haber escrito comeback y estaríamos en la misma (me limito al inglés por desconocimiento de todo lo demás). Pero temas idiomáticos aparte; así es queridos lectores, he regresado y espero que para quedarme aunque sea durante la primera parte del año, que luego inicia el ciclo académico y todo se vuelve más incierto para este espacio virtual.
Lo cierto es que el 2019 ha sido un año muy movido en lo personal y de bastante crecimiento, que tristemente me mantuvieron alejada de los borradores y el bloc de notas donde desarrollo las ideas para entradas. Más allá de eso, poca queja tengo con respecto al pasado año, que transcurrió entre apuntes de la facultad, viajes, reencuentros y una nueva integrante de la familia:
Todo ello no ha impedido que disfrutara de ficciones, si bien menos que de costumbre, dignas de ser mencionadas antes de pasar de página y llevar a cabo mis proyectos para el recién llegado 2020.
Sin lugar a dudas la serie que más me ha enganchado fue la producción de Starz Outlander. Basada en la saga de libros homónima de Diana Gabaldon, la trama nos sitúa en la Escocia del siglo XVIII de la mano de Claire, una enfermera inglesa que por accidente viaja en el tiempo apenas finaliza la Segunda Guerra Mundial y que tendrá que adaptarse a una cultura y un contexto adverso.
Con el estreno a principios de año de su cuarta temporada, Netflix (que distribuye la serie en Latinoamérica) incorporó la tercera a su catálogo, por lo que no aún no pude disfrutar de la obra completa. Las tres temporadas vistas marcan un recorrido algo irregular en el ritmo de un romance atrapante en un momento en el que el drama histórico está en auge. Más allá del éxito de este género, en tiempos donde el lugar de la mujer en la pantalla está bajo constante escrutinio, ambientar series en el pasado resulta un desafío: entre la apropiada representación de los roles de género en la época y las exigencias por más profundidad y protagonismo de personajes femeninos es difícil conseguir un equilibrio en una industria manejada principalmente por hombres. ¿Sale Outlander airoso de este reto? No, tiene inconsistencias en el manejo del romance, la violencia y el abuso que a veces rozan el límite de lo gratuito (no olvidemos que los libros comenzaron a publicarse en los años noventa). Sin embargo, desde el 2014 supone cierto soplo de aire fresco contando con una protagonista con carácter y voz cantante. Se destaca particularmente la primera temporada, la más larga y mi preferida dado que se desarrolla totalmente en Escocia como por la mano visible de Ronald D. Moore (Battlestar Galactica). Muy recomendada para los fans del romance y el drama histórico, aunque puede defraudar lo melosa que puede ser y el carácter explícito de varias escenas.
Por otra parte, a mediados de año la misma plataforma sacó las terceras temporadas de sus producciones más exitosas hasta la fecha: Stranger Things y 13 Reasons Why. Ambas dejan un buen sabor de boca. La muy esperada continuación de la serie de los hermanos Duffer ha defraudado a algunos pero en líneas generales resulta divertida y ágil, introduce nuevos personajes entrañables y las referencias en este caso son empleadas con bastante sentido del humor. Lo único que no me agradó es el arco que le dan a Will, pero espero que la anunciada cuarta entrega le haga justicia. Ciertamente no es la mejor de las temporadas pero no lo pretende, sabe que los que seguimos estamos por los personajes y por ello nos deja con ese tremendo cliffhanger, dejando de lado el elemento sci-fi.
En el caso de 13 reasons…, esta última entrega supone una redención necesaria para la historia y los personajes luego de una infame segunda temporada que casi tira por tierra los logros de la primera. Se va más al thriller adolescente, aunque el misterio es algo predecible y algunas historias no interesan. El cierre que le dan deja mejor parada a la serie en conjunto, pero con la noticia de una cuarta parte a estrenar no se sabe qué tanto pueden arruinar o mejorar a este show ya bastante gastado.
Poco que decir en cuanto a la animación japonesa. Si leyeron mis comentarios de la temporada de invierno ya saben prácticamente todo lo que vi, con la excepción de Fruits Basket 1st season. Quizá le dedique un comentario en una entrada aparte, aunque los que me siguen en Twitter ya han aguantado bastante mi cantinela con este anime.
En comparación con el 2018, he visto la mitad de películas, y no todas de la mejor calidad precisamente. Las dos primeras se han quedado en mi memoria por sus atmósferas tan envolventes y sus encantos particulares (rizando el rizo, mi primer visionado de Blade Runner fue en noviembre de 2019 y el de Kiki: entregas a domicilio en su 30° aniversario). De la 3 a la 6 me gustaron bastante, con momentos destacados y un tono en general logrado, pero con ciertos aspectos que me impiden incluirlas en la crème de la crème. El resto tienen ciertos méritos (algunas más que otras, por supuesto) pero se quedan en eso. Nada atroz o terrible, a pesar de que nunca voy a recuperar el tiempo que perdí viendo Antes de ti.
Aunque me la he pasado leyendo, el pasado 2019 estuvo copado de libros académicos. Poca ficción he podido colar en los descansos del estudio, pero sin lugar a dudas me quedo con el descubrimiento de dos narradores de la región que me dejan con ganas de seguir conociendo su trabajo. (Más impresiones sobre estas novelas en Goodreads)
Por un lado, la autora argentina de literatura juvenil Liliana Bodoc, que nos dejó hace un par de años y cuya trilogía La saga de los confines es aún aclamada como una joya del género fantástico. Comencé con una obra seguramente menor, un relato corto ambientado en el Virreinato del Río de la Plata titulado El rastro de la canela. La historia es bastante normalita y los personajes no destacan demasiado, pero la prosa de Bodoc me ha encantado y realmente enaltece lo contado. Es una rápida lectura que entretiene y genera interés por la pluma detrás.
Luego está Mario Benedetti. El uruguayo es uno de los más queridos escritores en español del siglo pasado, pero su obra me pasó inadvertida hasta que un amigo me prestó La borra del café, una novela compuesta por breves capítulos cuyo hilo conductor es el crecimiento de su protagonista Claudio y todas las peripecias que vive y que forman parte del paso a la adultez. Bella, graciosa y nostálgica – con evidentes tintes autobiográficos y una curiosa narración que oscila de la primera a tercera persona – resultó una agradable sorpresa.
Con toda esta entrada a modo de pequeño resumen del 2019, sólo me queda desearles de manera atrasada un próspero 2020, concretamente a los blogueros cuyos espacios no puedo dejar de leer y que me inspiran para continuar con este pequeño proyecto. Hay una ingente cantidad de borradores e ideas que quiero publicar, así que toca ponerme manos a la obra. Nos leemos en los comentarios y en la próxima.